El pueblo quiere ser engañado; entonces, engañemoslo.

A nosotros, individuos normales... con la ayuda, indudable, de nuestro deseo de que nos engañen, se nos engaña genuina y plenamente («Populus vult decipi, ergo decipiatur»*). Y el uso engañoso de las palabras se combina con el tono engañoso tan taimadamente que sólo los que tienen lesión cerebral permanecen inmunes, desengañados.





"¿Qué pasaba? Carcajadas estruendosas en el pabellón de afasia, precisamente cuando transmitían el discurso del Presidente. Habían mostrado todos tantos deseos de oír hablar al Presidente..."

Así comienza en capítulo "El discurso del presidente" del libro de Oliver Sacks El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

El relato explica cómo los afectados de la afasia global o receptiva más grave —la que incapacita para entender las palabras en cuanto tales—, reaccionan ante el discurso televisado presidente. Los hay que parecen desconcertados, y otros como ofendidos, uno o dos parecían recelosos, pero la mayoría parecen estar divertiéndose muchísimo.

¿Por qué?

El habla (el habla natural) no consiste sólo en palabras; consiste también en expresión. Los afásicos no entienden en absoluto el sentido de las palabras en cuanto tales. Pero
"el lenguaje hablado suele estar impregnado de «tono», engastado en una expresividad que excede lo verbal... y es esa expresividad, precisamente, esa expresividad tan profunda, tan diversa, tan compleja, tan sutil, lo que se mantiene intacto en la afasia, aunque desaparezca la capacidad de entender las palabras. Intacto... y a menudo más: inexplicablemente potenciado..."
Es decir: aunque el paciente no capte ni una sola palabra, posee otra habilidad en su lugar, inmensamente potenciada: puede captar plenamente el sentido basándose en la expresión del hablante.

Por eso "a un afásico no se le puede mentir. El afásico no es capaz de entender las palabras, y precisamente por eso no se le puede engañar con ellas; ahora bien, él lo que capta lo capta con una precisión infalible, y lo que capta es esa expresión que acompaña a las palabras, esa expresividad involuntaria, espontánea, completa, que nunca se puede deformar o falsear con tanta facilidad como las palabras..."

La capacidad de entender de los afásicos no se basa en las palabras, sino en identificar lo que es auténtico y lo que no a través de las muecas, los histrionismos, los gestos falsos y, sobre todo, las cadencias y tonos falsos de la voz, lo que suena a falsedad para aquellos pacientes sin palabras pero inmensamente perceptivos. Los pacientes afásicos reaccionaban ante esas incorrecciones e incongruencias tan notorias, tan grotescas incluso, porque no los engañaban ni podían engañarlos las palabras.

Por eso se reían tanto del discurso del Presidente.

Pero ¿qué pasaría en el caso de un paciente que carezca totalmente del sentido de la expresión y el «tono», aunque conserve, intacta, la capacidad de entender las palabras? También en el relato de Sacks hay un paciente que padece este trastorno: la agnosia tonal.
En el caso de estos pacientes lo que desaparece es la capacidad de captar las cualidades expresivas de las voces (el tono, el timbre, el sentimiento, todo su carácter) mientras que se entienden perfectamente las palabras (y las construcciones gramaticales).
Este paciente no puede captar ya si hay cólera, alegría o tristeza en una voz. Tampoco le servía fijarse en las caras, las posturas y los movimientos de las personas cuando hablaban porque su trastorno le impide captar esos matices.

Su arma era prestar muchísima atención al sentido preciso de las palabras y de su uso; necesita que sus intelocutores digan las palabras exactas en el orden exacto. Su percepción se basa en el sentido que aportan únicamente la elección y la relación exactas de las palabras.

Para esta paciente, el discurso no es convincente: "No habla buena prosa. Utiliza las palabras de forma incorrecta". Su sentido potenciado del uso formal del lenguaje, de su coherencia como prosa, provocó que el discurso no tuviera eficacia en absoluto.
Ésa era, pues, la paradoja del discurso del Presidente. A nosotros, individuos normales... con la ayuda, indudable, de nuestro deseo de que nos engañaran, se nos engañaba genuina y plenamente («Populus vult decipi, ergo decipiatur»*).
Y el uso engañoso de las palabras se combinaba con el tono engañoso tan taimadamente que sólo los que tenían lesión cerebral permanecían inmunes, desengañados.

El hombre que confundió a su mujer con un sombrero. Oliver Sacks




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